sábado, 7 de febrero de 2009

...Eizth Inquizittörr I...

Capítulo I


Cómo te sentirías tú si te hicieran olvidar tu nombre, tu propio rostro y sentimientos sin más remedio, amenazado con el infame miedo de perecer en las manos de gente inescrupulosa, sólo por ver y nombrar algo en el lugar y momento equivocados; y ahora estar condenado a huir hacia tierras y experiencias desconocidas, que podrían terminar contigo en lo que suele durar un simple parpadeo…

Un día normal para Zebanian, un pequeño poblado de mercaderes y granjeros, cerca de altas cumbres nevadas y de bosques de eterno resplandor verde. El dulce olor de pinos abundaba por todas partes, y en la calle principal, por la que pasaba la Gran Vía del Reino, estaba la casa de Henry, un chico cualquiera, que como muchos era un lobo de pelaje blanco, rayas negras verticales en su rostro y ojos blancos que lo hacían parecer más a un fantasma. Su padre era un mercader que todos los días salía a recorrer las calles del poblado sus novedosos productos, en un carrito artesanal que con esfuerzo él mismo talló, de tierras lejanas donde aún existen las viejas creencias. Su madre en tanto, una loba grisácea y artesana, se quedaba en el negocio de abarrotes que tenía a un costado de su propia casa. De esa forma la familia podía subsistir de forma relajada, al ser una de las más “estables” en la burguesía local, aunque todo iba a dar repentinos giros, por la llegada de una oscuridad distante que se camuflaba bajo el sello de una Institución que se encargaba de la seguridad…

Yo creía que el poblado era pacífico, hasta que llegaron un catorce de febrero, montando en los corceles de clérigos, seres encapuchados y con cierta presencia que daba mala espina. Eran tres. Un lobo, un leopardo nival y uno de los más grotescos dragones terrestres que he visto en mi vida.
Al llegar, se dirigieron hacia el “Arzkilmar o Ayuntamiento” del poblado, aún con sus oscuras capas puestas sobre ellos. Se bajaron de sus extraños corceles que luego se desvanecieron, y entraron en el imponente edificio hecho de muros de piedra sólida y techos de tejas sostenidos por vigas del abundante pino que había en los alrededores.
Las puertas gruesas de la entrada tronaron al abrirse y azotarse contra las paredes, los Concejales y el Alto Señor se levantaron de los asientos en la bóveda central donde se reunían a discutir sobre Zebanian. Miraron con aparente hostilidad a los recién llegados, y éstos mostraron luego sus verdaderas intenciones.

- Somos la Inquisición encomendada por el Canciller de esta provincia, y hemos venido hasta este lugar, el más alejado del reino, pues se oyen en la distancia los rumores de que aquí se comete sacrilegio, al practicar la “feradrelogía”…sabiendo que está prohibida bajo pena de morir en la hoguera – decía maliciosamente el leopardo nival, quien parecía ser el de más alto rango entre los otros callados inquisidores.
- Pues debe haber un error, pues…esa práctica se desconoce en este poblado; por lo que tengo entendido han pasado diez décadas desde la prohibición y nosotros la hemos seguido con armonía y firmeza siempre – respondió el Alto Señor, un zorro de gran tamaño, pelaje tan blanco como la nieve misma y una gran esponjosa cola, que adornaba su largo traje negro de seda importada, más su hermosa espada que descansaba a un costado de su cintura, adosada a una correa que cruzaba el traje.
- Pues, mire y silencie, tengo aquí una orden directa del Canciller de esta provincia, mírela… - entonces el leopardo lanza el pergamino que cae en las manos del Alto Señor, él lo lee y queda satisfecho.
- Entonces, será pues… órdenes son órdenes… pueden usar durante su estadía todos los recursos que este ayuntamiento les pueda ofrecer – y sonrió, para luego irse a la bóveda junto con sus consejeros, dejando que los inquisidores subieran al segundo de los cinco pisos que tenía el edificio. Ahí había oficinas desocupadas en donde podían armar su “centro inquisitorio”, así que bajaron hasta la entrada, recogieron algunos bolsos y sacos que dejaron allí y nuevamente subieron para dejar todo en su lugar.
Yo estaba en dirección al mercado, tres semanas después de que llegaran los inquisidores, y me encontré a uno en el camino, al leopardo nival de color blanco y manchas grises, y me acompañó durante mi recorrido en búsqueda de algunas frutas y verduras para mi familia.

- ¿Cómo se llega a ser inquisidor? – le pregunte con inocencia.
- Verás…es muy sencillo… tan sólo basta con que postules tu nombre en los concursos que hay cada cinco años en la capital, y si sales sorteado, ya serás uno…luego se te asignarán casos a investigar y si resuelves un número considerable de esos casos, puedes incluso llegar a ser nombrado Ministro o Gobernador de alguna provincia… es bien interesante esto de ser inquisidor, pues además te envían a estudiar a academias y cosas así – luego me sonrió, me dio la mano y se despidió.
- ¿Se va tan pronto? – le pregunté algo extrañado.
- Sí, tengo cosas que hacer, ya que en este pueblo realmente no existen indicios de la religión prohibida, pero si de “contrabando” y un mercado del que no puedo hablarte pues “eres muy joven para saber esas cosas”… nos vemos – sonrió un poco, sus bigotes vibraron un poco y se fue.

El leopardo era el inquisidor más joven de los tres pero tenía mayor poder que los demás al tener el título de Alto Inquisidor. Según los rumores, él tenía mi edad, dieciocho años, pero también se decía que era un tanto “extraño” de comportamiento…
Se lo veía caminar en las noches, solo y olfateando el aire del pueblo, además de que usaba ropa muy peculiar mas llamativa para un ser con dicho cargo.

Un día, yo estaba sacando la basura en un callejón cercano a mí casa, era de noche y tenía mucho sueño, entonces fue cuando vislumbré algo que me hizo perder la inocencia de mis pensamientos. En las paredes húmedas y mohosas había cientos, tal vez miles de pósters de otros animales, hembras y machos en posiciones obscenas y demasiado explícitas. Me tapé la boca, me dirigí a un bote de basura y vomité de improviso, fue entonces que de las sombras del callejón que no eran iluminadas por los faroles cercanos, apareció el leopardo. Sus ojos blancos y azulados brillaban, por muy extraño que suene, él me miraba de forma extraña y curiosa.

- ¿Señor? ¿Le ha pasado algo?¿Se encuentra bien? – entonces fue cuando de repente me agarró de los brazos y me lanzó suavemente contra la pared.
- Tan sólo cierra tus ojos y no chilles… -decía con una voz tranquila y seductora.
- ¡Ah! ¡Ayuda! – grité a la calle, y en eso, el leopardo me cubre el hocico con su mano, y comienza a acariciarme el vientre, yo trato de detenerlo pero el insiste. Justo antes que comenzara a bajar mis pantalones, sentí unos pasos felinos correr hasta el lugar. Me dí vuelta y pude observar a un clérigo, de sotana negra y un báculo de madera rojiza. Era un gato blanco de ojos grises; sin aviso lanzó una llamarada de su artefacto hacia el suelo, iluminando todo el lugar.
El leopardo me soltó y corrió despavorido, fue entonces que el clérigo me observó en el suelo mientras me subía los pantalones y sollozaba. Me levanté a duras penas, y le di las gracias al clérigo, fue entonces que él se dio vuelta y me lanzó cadenas mágicas en mis brazos dejándome inmóvil.

- ¡Pobre de ti si mencionas esto a alguien! Tienes dos días para irte del pueblo, antes que los inquisidores te busquen, ya que es la palabra del leopardo contra la tuya… - me dijo en tono serio.
- Pero… ¿por qué si yo soy la víctima aquí? – y me largué a llorar.
- Pues, ese leopardo es de lo peor que hay…adquirió mucho poder e influencia en la capital, por tanto, la aristocracia decidió mandarlo lejos como una forma de evitar que siguiera… además es conocido por se un… un…. “yiffy” – y el clérigo mostró un rostro de rabia e impotencia.
- ¡OH my god! – grité.
- ¡Shhhh! ¡Calla! – me dijo enojado.
- Pero… y ¿Usted quién es? – le pregunté curioso.
- Pues mi nombre es Alexander Vmanastriz…y soy el enviado de la Iglesia Azul, aquí en el reino, y me fue otorgada la misión de velar para que en esta provincia se respeten las creencias…
- ósea…. ¿Usted es un inquisidor de la iglesia?
- Correcto… en tanto, el leopardo y sus demás amigos son “Inquisidores del Estado”, por tanto son subordinados a mi persona… Ahora, lamentablemente tendré que arrestarte en dos días más, pues has visto y/o mencionado acerca del “yiff”, por tanto serás acusado de herejía y tal vez te quemen en la hoguera… - decía de forma pausada y solemne.
- … - quedé mudo, y me fui corriendo hasta mi casa a empacar mis cosas, pues no quería morir incinerado, por culpa de una autoridad “desviada”.
- recuerda… te daré dos días… luego tendré que arrestarte – me mencionó el clérigo antes de irme, luego puso su mano sobre mi hombro - … de verdad lo lamento mucho…

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