sábado, 7 de febrero de 2009

...Drael y el Secreto del Demonio: Capítulo I...

La Caída de una Nación

Como si el propio firmamento fuese un vestigio de una gloria pasada, Drael se aventura con su lobezna apariencia dentro de los enredos del palacio que alguna vez, con sus amplias escaleras y torres llenas de magnificencia, fue centro del reino que creyó en el profético niño, “Nir” y la venida de las sombras provenientes del norte, vendrían a devastar todo lo existente en dichos páramos.
Mientras los últimos gritos de agonía, de quienes eran asesinados, se escuchaban por la luminosa ciudad de Darthillam, la gente corría hacia los bosques cercanos buscando refugio en los altos pinos y milenarias ruinas que rodeaban la ciudad; el saqueo parecía interminable, monumentos de héroes míticos y templos dedicados a la armonía de los espectral de la naturaleza caían uno tras otro, estrepitosamente sobre las calles grises y pulidas que conectaban los distintos sectores de la urbe.

De pronto, todo cesó, el bullicio fue sepultado de forma horrenda cuando el profundo clamor de cuernos, anunciando la desolación, tronaron por el cielo y el fuego cayó sin temor ni piedad sobre toda superficie. Drael, aún en el interior del palacio movió nerviosamente sus peludas orejas y su cola se tensó, entonces, justo una enorme esfera de abismantes brasas, asoló toda la integridad de la torre en donde se encontraba, cayendo de improviso en el calabozo oculto, por las brillantes losas que adornaban el piso, del destruido e incinerado palacio.
Cuando pudo darse cuenta de donde estaba, Drael olfateó el espeso aire y descubrió la esencia de pinos, adentrándose aún más en la oscuridad del calabozo, guiado por su confiada nariz. Pronto, un aire fresco hizo tiritar su pelaje, y su armadura oscura y reluciente despidió su metálica composición por todo el lugar, creando un eco por algunos segundos.
Aún se escuchaban y sentían las enormes sacudidas por el asedio de la superficie, que hacían descolocarse a algunos ladrillos y las arañas de las paredes. Por fin, a lo largo de la oscuridad estrecha, Drael fue tanteando las paredes para no tropezar, y pudo vislumbrar una luz lejana que lo encandiló por unos instantes, y en poco tiempo respiró el fresco y dulce aroma del bosque, ya en el atardecer más sombrío en su vida.
De pronto, una sombra salió frente a él, y sus orejas se alzaron alertas ante una posible amenaza; pero pudo percatarse que era uno de los guardias de los portones de la ciudad, era del clan Ursa, los guardianes perpetuos del reino. Drael pudo ver que estaba muy herido y su armadura se estaba cayendo a pedazos.

- …Mi señor, me llamo Decrot y hace poco, yo y otros habitantes de la ciudad escapamos por otro de los calabazos del palacio…- dijo el guardián, afirmándose el torniquete que tenía en su brazo izquierdo; estaba sin aliento y el cansancio se veía en sus ojos.
- Calma, descansa y trata de respirar – entonces Drael sacó de su bolso algunos frascos de vidrio con líquidos densos y carmesí, y se lo dio al guardián -… Bébelo, te mejorará…
- Gracias, mi señor… - y se bebió el líquido de un sorbo, y pronto se repuso de sus dolencias que tenía.
- Ahora, por favor, dime ¿Qué pasó con el Ejército y la Orden de mago arcabuceros? ¿Dónde están? – dijo Drael consternado, siendo iluminado de forma fugaz por las centellas incandescentes que caían más atrás, en la asediada ciudad.
- Todos…todos…han muerto, señor…-dijo con un nudo en su garganta, y el terror plasmado en su expresión.
- Pero... ¿Cómo es posible? – y Drael pronto quedó desconcertado, se hizo a un lado y de rabia golpeó con su puño el suelo, haciéndolo temblar un poco a los árboles de su alrededor.
Sin espera alguna, Drael levantó al guardián y lo llevó por el sendero del bosque, donde estaban las ruinas de la ciudadela de Solar’aunzigizt.
Detrás de ellos se sentían caer los muros, las campanas de las catedrales, las banderas rotas volaban por los aires y el sonido intransigente del fuego arrasando con todo su paso. Burlescas risotadas y escalofriantes chillidos clamaron a los cuatro vientos, una voz profunda resaltó y sus palabras como salidas del clamor sordo de un abismo, hicieron tronar cielo, tierra y mares cercanos.

“¡Desde hoy, los paganos serán sometidos, serán civilizados, serán dejados bajo nuestro manto de grandeza y magnificencia, por fin, el reino de los salvajes ha caído, y en nombre de la Sagrada Emperatriz, nombro a esta ciudad como la colonia de Ardilzouth!”

Provocando mayor estruendo en el nuevo y sacrílego nombre, la voz calló entre el ruidoso bramar de miles y miles de horrendas bestias, despóticas hasta en la última gota de su sangre.
Drael no puedo evitar que una lágrima de nostalgia e impotencia rodara por una de sus mejillas, deseando haber sido más fuerte para poder echar al invasor de su reino, pero no tuvo más alternativa que correr del enorme peligro que su adversario poseía, al destruir sin remordimiento alguno, una de las ciudades que en alguna época fue la más hermosa y pacífica de todas las provincias del sur.

La oscuridad no tardó en apoderarse del bosque cuando Drael y el guardia llegaron hasta un improvisado campamento que habían montado los cientos de sobrevivientes que huyeron antes del asedio; todos ellos armaron tiendas con sus pertenencias, usaron troncos para formar cabañas pequeñas y las fogatas se extendían por metros y metros, en grupos de personas dentro de aquel claro del bosque, donde las antiguas ruinas daban algo de refugio, al ahora “pueblo sin nación”.
Cuando Drael se aproximó a una de las tiendas, de pronto vio el rostro de tigresa de su madre, quien corrió hacia él y lo abrazó fuertemente, luego llevando a Decrot a un médico que había cerca de allí, entonces fue cuando Drael vio a su padre con un cabestrillo en el brazo, sentado viendo la fogata frente a él, con sus ojos de lobo tristemente humedecidos por la rabia e impotencia de lo sucedido.

- ¡Que bueno que nos hayas alcanzado hijo mío! – decía su padre, colocando algunos troncos secos a las brasas – Me alegro que no te haya pasado anda en el camino…
- Gracias papá – y Drael se sentó a su lado y lo abrazó con fuerza - ¿Qué hemos hecho para merecer esto?
- No lo sé hijo, pero algo es seguro, hubo un traidor, alguien nos delató, pues hace más de cinco mil años que no habíamos sabido de otra nación en este mundo – dijo, pensando repetidamente en un plan.
- ¡Espera! ¿Dónde está mi abuelo? – preguntó Drael.
- La última vez que lo vi estaba en el observatorio, al sur de la ciudad. Me dijo antes de irnos que él se quedaría a distraer a los invasores y nos alcanzaría luego…

Entonces, de pronto el cielo se llenó de un lejano murmullo, palabras invocadas provenían de las nubes y tronaban como cientos de espectros del bosque, luego, una luz ínfima podía verse sobre la ciudad, era brillante y de un color muy enceguecedor, pero fue creciendo cada vez más, y más, y más, hasta convertirse en una esfera de luz blanca que enmudeció a todos y el cielo nocturno se volvió tan claro como el día.
Drael no esperó ni un segundo en ir a ver que era dicho evento, y al llegar a los límites de la ciudad, junto a su padre, pudieron ver a su abuelo, un formidable lobo en la cima del observatorio, vestido con una larga túnica rojo carmesí, y una capa que se elevaba con el viento al igual que una bandera con sangre seca.
Su barba blanca y su pelaje se mecían con las fuertes corrientes de viento que la esfera producía, de pronto, elevó sus manos y al cielo apuntó. Unas palabras más estruendosas se dejaron oír y entonces, bajó sus brazos y apuntó al despótico ejército que se hacía paso hasta el observatorio, la esfera comenzó a desplazarse y súbitamente cayó sobre sus enemigos.
Luego se pudo oír claramente, lo último que diría su abuelo en ese momento.

“¡Nunca podrán colocar sus horrendas garras en esta sagrada ciudad, aunque deba destruirla yo para evitarlo!”

Entonces el padre de Drael empujó a su hijo al suelo, diciendo “¡cuidado, agáchate!” y hubo un segundo en que el tiempo pareció detenerse y el silencio eterno se apoderó de todo el lugar, las colinas aledañas, iluminadas completamente, permanecieron en silencio también, todo estaba sumiso, y luego se pudo oír el impacto y una ráfaga de viento, tan fuerte que arrancó árboles de raíz, elevó por los aires a Drael y a su padre; todo se iluminó aún más y el sonido de la piedra desintegrarse y del metal evaporarse se sintió por todos lados, las torres, casas, monumentos, murallas y el palacio mismo desaparecieron en un estruendo de brillantez. Todo se sacudió bruscamente y después de un breve momento de caos el silencio volvió y la oscuridad retomó a la noche.
Drael quedó atrapado bajo pesadas ramas unos dos kilómetros de los límites de la ciudad, vio a su padre levantarse cubierto de ramas, hojas y una que otra magulladura o herida, luego se colocaron de pie y vieron lo más perturbador de sus vidas.
La ciudad había desaparecido completamente, y un cráter en su lugar permanecía allí, con la roca al rojo vivo y con cientos de metros de profundidad; habían desaparecido casi todas las colinas que circundaban la ciudad y los bosques fueron incinerados con la rapidez de un parpadeo.
La ceniza candente flotaba por todo el sector, y se sentía en el aire el espeso aroma de la incineración. Inclusive las nubes que estaban posadas sobre las colinas fueron esparcidas rápidamente por la onda expansiva que provocó la esfera. Drael mira al cielo y ve caer junto a su lado un pedazo de tela quemada que pertenecía al uniforme de su abuelo, ahora no sólo había perdido la ciudad en que se crió y vivió, sino que su abuelo y parte de los habitantes se habían ido con ella…

Luego de la impactante escena, ambos fueron al campamento y descubrieron que alguien los esperaba con regocijo y dicha, sentado cerca de una fogata a punto de extinguirse por la fuerza del viento que casi amenazó con destruir a toda la provincia del sur.
Cuando llegaron, no sólo Drael encontró a sus amigos de la Academia de Magia y Combate, sino que casi se le humedecen sus ojos cuando contempló a la figura de su abuelo, con su traje de mago arcaico y su rostro oscurecido por las cenizas de la explosión.
La emoción se había apoderado de él en cuanto vio a su pariente con vida; a su alrededor había otras personas también, pero su figura resaltaba de las demás, como iluminada por un extraño resplandor.
- ¡Abuelo! – gritó Drael con un nudo en la garganta.
- ¡Drael! ¡Qué bueno encontrarte sano y salvo, nieto mío! – y el viejo mago se acercó a él, y ambos se abrazaron afectuosamente por un largo rato.
- ¡Qué bueno que escapaste! ¡Suertudo! – dijo Drael con alegría y un poco de sarcasmo. Luego hubo un incómodo silencio.
- ¿Y cómo hiciste para llegar hasta aquí? – le preguntó.
- bueno, recuerda que soy un mago, y un mago no revela sus secretos – y el rostro del anciano mago se arrugó en una sonrisa bromista, y después se fue a sentar cerca de la fogata.
- ¡Por favor! ¡Dime cómo! – exclamó Drael.
- bueno, bueno, creo que ya estás grande ya para controlar magia, ahora que controlas bien la espada – y luego el anciano le indicó que lo siguiera hasta un templo en ruinas que había cerca del campamento. Al llegar ahí, Drael sintió un poco de miedo y su cola estaba tensa de la incertidumbre. De pronto, su abuelo se quedó quieto y desapareció frente a su nieto, dejando una estela nebulosa de color blanco, quedando éste, desconcertado ante tal escena, que le causó un pavor inimaginable en su momento.
De pronto, el anciano y su rasposa voz aparecieron al otro lado del enorme templo, sin aviso alguno más que un sonido como si un plato se desintegrara.

- Lo que acabas de presenciar es la “Telkazinesis” o llamada en otra época como la “tele transportación” – dijo el anciano con voz y rostro serio, tanto así que el miedo de Drael se fue disipando de a poco.
- Con que eso era…¿Y dónde lo aprendiste? – le preguntó Drael.
- Lo aprendí de mi padre, él fue un gran hechicero en su época, incluso ayudó a construir con magia la gran muralla que rodeaba a Darthillam – y luego se puso pensativo, con aire melancólico – en fin, te enseñaré primero el hechizo más básico, “arcana lux” o “luz arcana”. Mira, trata de concentrarte, imagina que la luz es expelida de tu mano, cuando lo logres di el nombre del hechizo y luego abre los ojos – y de pronto la mano del anciano lobo se iluminó de un poderoso esplendor, sin darse cuenta que en lo lejano los soldados del norte restantes a la explosión, se percataron de aquello.
- Está bien, lo intentaré – y Drael se relajó, respiró hondamente y abrió la palma de su mano, comenzó de pronto a sentir un cosquilleo dentro de él, que subía por su pecho y viajaba por su brazo hasta su mano, una sensación de ardor se sentía en su mano. Entonces mencionó las palabras justo después de visualizarse con la luz, y de pronto una intensa embriaguez lo sacudió. Abrió los ojos y vio su mano flameando una intensa luz en forma de llama, y sin previo aviso se desmayó, sucumbiendo en un peculiar sueño, lleno de tinieblas y duda, y veía venir a su madre, envuelta en espesa luz, como un espectro del bosque.
- Descansa, nietecito, has de merecer el sueño pues mucho has hecho el día de hoy – y entonces, el viejo lobo tomo del brazo a Drael y ambos desaparecieron en la neblina blanca y misteriosa de la “Telkazinesis”, dejando en silencio abrumador a la espesura del bosque que rodeaba aquel colosal y decadente templo en donde estuvieron.

A la mañana siguiente, Drael despertó en una montura de dragón y podía sentir el mover de las alas de tan dócil bestia, un viento frío traía impregnado el aroma dulce del bosque de pinos que quedaba rezagado.
- Qué…qué ha pasado… - dijo en voz baja, un poco adolorido de cuando cayó bruscamente en el suelo del templo, la noche anterior.
- No te preocupes – dijo su padre, llevando las riendas sobre sus piernas.
- Pero… ¿Por qué estamos huyendo? – preguntó Drael.
- Un explorador del ejército del norte nos descubrió anoche al ver el “esplendor” que tú y mi padre hicieron cerca del templo en ruinas; casi de inmediato un contingente de nigromantes aparecieron cerca del campamento pero tu abuelo los pudo detener unos instantes con un muro de piedra que invocó, tiempo suficiente para huir de allí en los dragones, ya que no estamos en condiciones aún para pelear…-luego, su padre entristeció su mirada, y retomó las ideas en su mente - …¿sabes algo? Te contaré un pequeño secreto de guerra cuando lleguemos a Dalliazynth… ¿de acuerdo? – y tras esas palabras, Drael asintió con su cabeza y luego sus ojos lupinos cayeron en un repentino pero sobrecogedor sueño, de fantásticos paisajes y eterna belleza.

El cielo lleno de nubes tan blancas y tan refrescantes al pasar en su interior llenaba al viajero de gratitud y asombro, de vivir en un mundo como ese.
La ciudad de Dalliazynth era una de las fortalezas más inexpugnables de todo e reino, ya que permanecía labrada al interior de altas montañas nevadas, en lo lejano del continente aéreo de Adhên, ya que muchos territorios existían más allá del cielo luego de lo que los viejos lobos llaman “El Gran Bramido”, un tronar seco y profundo que sacudió las realidades y unió inclusive, a múltiples universos distintos e incluso se dice que desgarró a todas las tierras y las hizo elevarse entre las nubes.

De a poco se podía vislumbrar los muros lisos y grisáceos que yacían al interior de las montañas, numerosas torres se erguían por todos los contornos de las altas cumbres, como árboles alpinos que no se inmutan ni con la más terrible ventisca. Bellos arcos y columnas creaban la denominada “Avenida de los Vientos”, la cual introducía al viajero hasta la ciudad misma, en las entrañas de la montaña. Era una avenida hermosa hasta sus cimientos, con un camino empedrado y suave de color blanco, con soleras a sus costados, de color rojo carmesí. Daba muchas curvas por el accidentado entorno antes de adentrarse en la montaña, y estaba siempre rodeada por pinos verde-azulados, inmensos y majestuosos, que otorgaban un esplendor único a la mano de obra del reino.

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